Lo escucho dirigirse a mi, pero estoy tan sumida en mis pensamientos que no me percato; por su insistencia logra que caiga en la cuenta de sus intentos por llamar mi atención
-¿Cantas entonces?
En mi descuido no me había percatado de las estrofas que se resbalaban por mis labios – Sí - contesto, mientras le sonrío.
Y así empieza él a contarme de su esposa y el último libro que leyó
-¿Haz escrito tú algo?
-Sí., pero no me animo a mostrarlo.
Veo su rostro, rostro de persona noble, rostro que refleja el paso de los años y que, a pesar de brindarme una sonrisa no deja de reflejar una profunda tristeza. Una tristeza tan grande que te cala en el alma y se adueña de tu ser, limitando tus esperanzas…
La primera vez que vi ese rostro no encontraba concordancia, él es tan parlanchín y parece tener tan buen ánimo, y sin embargo, aún cuando reía sinceramente, en sus ojos estaba esa tristeza profunda, esa tristeza triste, esa maldita tristeza, como una sombra eclipsando el sol de su buenaventura.
Caigo en cuenta de que aún se dirige a mí, me relata cómo la vergüenza hizo que no tuviera nunca el valor de mostrarle al mundo lo que realmente pensaba, limitando sus oportunidades de crecer y ocasionando según él que a sus setenta y tantos casi ochenta años, no fuera más que un chofer de autobús.
Lo conozco desde hace un tiempo, casi dos años yendo y viniendo de aquí para allá gracias a él, ¡y he escuchado tanto! He escuchado la historia de su vida tantas veces, lo he visto emocionarse como un niño al tener un receptor dispuesto a darle un poco de atención, se tanto de sus sueños truncados, de sus enfermedades, de sus problemas, de sus aspiraciones…
Y aún así no me atrevo a decir que le conozco más que nadie, realmente, no me atrevo a decir que le conozco…
-“No te limites, si tienes algo que quieras mostrar, muéstralo. Si a alguien no le gusta, ¿qué importa?, de seguro aparecerá alguien al que sí, por eso es que el mundo es mundo, lo que no le gusta a uno le gusta a otro, y si no le gusta a nadie, mejor, ¡así tratarás de hacerlo mejor!.”
Fue el consejo que me dio al terminarse el trayecto, mientras bajaba del autobús, haciendo gala de una enorme sabiduría, y una sonrisa desmedida.
Ahora escribo esto a ustedes, solo pretendiendo hacer saber al mundo del profundo respeto que me inspira, y cómo me duele que haya tantas personas por ahí buscando alguien que sea capaz de pausar un poco el ajetreo constante en el que vivimos para, por un instante, escuchar sus temores e historias y de paso, darles el trocito de sabiduría, la lección que a ellos les tomó toda una vida entender, para que no redundemos en su error.
